El Barça de Gavi se tatúa la felicidad

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El dolor viene. Pero también se va. Gavi se calzó las botas, pisó la hierba de Montjuïc, se colocó las medias bajas, la maya protectora en su rodilla derecha, y se puso por fin a jugar a fútbol. Pedri le dio el brazalete de capitán, y a Gavi sólo le faltó echarse a llorar. El dolor de la rodilla se fue. El del alma, el más puñetero, también.

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