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Yo me lo creí, sí, por supuesto. A veces, cuando se trata de los fichajes del Barça, pongo mi sentido común en pausa y me dejo llevar por la fantasía, y así en algún momento del verano del 2022 creí que vendría Haaland. De pequeño me gustaba cambiar cromos, qué le vamos a hacer. Además, ese verano todo el mundo veía a Mbappé en el Real Madrid y se establecía así, en el imaginario del fútbol mundial, una especie de duelo de futuro. Ambos podían ser el relevo de la rivalidad entre Cristiano y Messi; ambos dominarían el Balón de Oro de los próximos años.
Haaland no vino, claro. Incluso sonó otro 9, el uruguayo Darwin Núñez, pero al final el jugador elegido fue Lewandowski, un gran delantero, pero con más pasado que futuro, y el equipo se reforzó con otra incógnita: Raphinha. Hoy, dos años más tarde, ambos son la delantera más en forma de Europa, acompañados por Lamine Yamal, que entonces solo deslumbraba a los seguidores del juvenil.
Los hados
El fútbol nos proyecta hacia el futuro y nos convierte en adivinos de pacotilla. Nos gusta imaginar cómo crecerá un futbolista, cómo encajará un fichaje en el equipo, pero aún es más fascinante cuando aparece un talento que ningún radar había detectado, o la magia de una asociación imprevista. Pienso en Ansu Fati y me doy cuenta de que los futbolistas evolucionan a merced de los hados, para bien y para mal.
Han pasado dos años desde ese verano y Haaland sigue siendo letal, una máquina de hacer goles, pero el Manchester City no vive su mejor momento y ya no se habla tanto de él. Lo mismo ocurre con Mbappé, que, cuando por fin ha fichado por el Madrid, es la sombra de lo que habíamos intuido. Ni uno ni otro han ganado el Balón de Oro. Entretanto los aficionados del Barça disfrutamos del presente del buen juego, y soñamos, pero el oráculo interior nos pide un relevo para Lewandowski.
English Premier League – Manchester City vs Brentford / PETER POWELL
¿Quién será el escogido para firmar tantos goles como él? Ahora se ve que toca hablar de Gyokeres, otro jugador nórdico, sueco, de 26 años. Miro sus goles, la potencia y el instinto para oler sangre, y sin darme cuenta pongo en pausa mi sentido común. La máquina de imprimir cromos nunca se detiene.
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