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Violencia, racismo, homofobia, sexismo y pirotecnia: todo eso hermana a las corrientes ultras del centro y este europeo. Desde sus exponentes más virulentos, como los Partizanos de Belgrado o las Brigadas del Cárpato húngaras, a sus equivalentes suizos. Todos parecen inmunes al principio de la tolerancia cero proclamada desde el poder político. Especialmente compleja es la situación en los países donde la extrema derecha lidera o forma parte de sus gobiernos. Mientras el ultranacionalista partido Ley y Justicia (PiS) gobernó en Polonia, hubo condescendencia hacia los temibles ‘hooligans’ del Legia Varsovia. Se les consideraba depositarios de un patriotismo acorde con las corrientes identitarias. Pero tras la llegada al poder del europeísta y liberal Donald Tusk, hace un año, no se ha observado una disminución del fenómeno en los estadios. Sus estructuras están demasiado arraigadas y se extienden por todo el país, desde Gdansk, en el norte, a Cracovia o Poznan, en el centro. Jugar a ser un ‘hooligan’ es normal para cualquier niño, reconocía Tusk.
En Hungría, dominio del ultranacionalista Viktor Orbán, nada detiene tampoco a las vistosas columnas de ‘carpatianos’. El discurso xenófobo del hombre fuerte del país encaja en su línea. Lo mismo ocurre con las arengas homófobas, ya que desde el poder se practica el acoso a los colectivos LGTBI.
Alemania, con unos 10.000 aficionados fichados como violentos, de los cuales 4.000 corresponden a la categoría de ‘»extremistas» también en lo político, el reparto de virulencia no siempre se corresponde con las regiones de mayor implantación de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Tampoco se produce en las zonas social y económicamente más desfavorecidas. La estadística sitúa en la ‘pole position’ de las multas por violencia, pirotecnia, consignas anticonstitucionales, actitud antideportiva o racismo a la afición del FC Colonia, que pagó hasta 640.000 euros en sanciones la temporada 2023/24. Siguen a los seguidores de esta ciudad del oeste alemán los del club de la capital financiera y banquera, el Eintracht Fránkfurt, con 575.000 euros. En los puestos siguientes están Wolfsburgo y Hamburgo. Solo en la quinta posición aparece el Hansa Rostock, el primero en este ránking perteneciente al este de Alemania, donde la ultraderechista AfD logra posiciones de fuerza más votada.
Desde la cúpula de la AfD se ha echado leña al fuego, con comentarios reclamando una selección nacional más «blanca». Los internacionales con raíces turcas o de otras procedencias, como Antonio Rüdiger o el ahora retirado capitán Ilkay Gündogan, ven sistemáticamente cuestionada su ‘alemanidad’ desde este espectro.
Pero la violencia no es exclusiva de la primera división de la Bundesliga o de su selección nacional. Desde la Federación de Fútbol de Alemania (DFB) se viene alertando de su incremento exponencial en las ligas regionales y en el fútbol juvenil. Un exponente extremo de esos casos se dio, sin embargo, en Suiza, cuya autoridades suspendieron a principios de este año un centenar de partidos juveniles e infantiles por agresiones contra árbitros.
La ‘caja de herramientas’ o medidas contra la hinchada violenta existen en toda Europa, recordó entonces la ministra de Finanzas del país helvético, Karin Keller-Sutter, tras el enésimo enfrentamiento en su territorio de ‘hooligans’ suizos y serbios. Pero da una ‘connivencia‘ entre autoridades, funcionarios del fútbol y clubes para que no se apliquen, lamentó la política. La única respuesta posible a la violencia en los estadios, insistió, es la tolerancia cero.
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