La venganza fría de Mielke

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Lutz Eigendorf cargó con orgullo con la responsabilidad de que le apodasen el ‘Beckenbauer del Este’. A mediados de los años setenta era uno de los mejores jugadores del Dynamo de Berlín, el equipo de la Policía de la República Democrática Alemana y que estaba controlado directamente por el Ministerio para la Seguridad y su policía secreta, la Stasi, que dirigía Erich Mielke, el “señor del miedo”. Mielke, un apasionado del fútbol, era el presidente del club y no dudó en destinar los recursos que fuesen necesarios para que el Dynamo de Berlín se convirtiese en el mejor equipo del país. Para conseguir su objetivo y fortalecer su plantilla llegó a absorber en bloque al Dynamo de Dresde, que había encadenado varios títulos en los años setenta. La idea era que su equipo se convirtiese en el mejor club de la RDA y sirviese de elemento propagandístico en el exterior. El deporte como herramienta política fue una de las máximas que Mielke siempre defendió y que desembocaría en prácticas como el programa de dopaje masivo de atletas desarrollado por el estado durante décadas. La Stasi tenía cada vez más claro lo poderoso que era el deporte y el Dynamo de Berlín era fundamental en ese proceso porque el fútbol era con diferencia la máquina de propaganda más grande que había en Europa. Por eso mientras no llegaban los títulos y la posibilidad de jugar la ansiada Copa de Europa Mielke enviaba con frecuencia al equipo a jugar amistosos a diferentes países. Eigendorf era posiblemente su futbolista favorito. A diferencia del resto de la plantilla, reclutada a la fuerza, el defensa era un auténtico producto de su cantera a la que llegó con apenas catorce años. Un chico ordenado, con enorme técnica y capacidad de mando que en su primer partido con la selección en 1978 había marcado dos goles. Mielke le cuidaba más que a cualquier otro miembro de la plantilla. Le dieron coche, apartamento y un trabajo en las oficinas de la Policía.

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