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Koke, jugador del Atlético, dialoga con los ultras del equipo rojiblanco en el sector desde el que se tiraron los mecheros contra Courtois. / AP
En el último derbi madrileño se produjeron lanzamientos de objetos contra Courtois, portero del Real Madrid. Por suerte, ninguno de ellos impactó en el jugador, que poco antes se había encarado con tono provocador con la grada donde se sitúan los radicales colchoneros, después de que estos le desearan la muerte mediante un cántico. La polémica estaba servida.
El encuentro, sin embargo, se había calentado desde hacía días en las redes, con radicales cruzando proclamas y exhibiendo imágenes de coreografías, desplazamientos, grafitis vejatorios y una retahíla de amenazas e insultos. Una dinámica que dejaba entrever cierta nostalgia hacia el pasado, aquellos tiempos en que Ultras Sur y Frente Atlético eran protagonistas en las calles y las gradas. Años de tifos vistosos, multitud de bengalas y exhibición de pancartas-mensaje. Todo esto se acabó por varios motivos. Desde el declive del propio movimiento, hasta la mayor presión policial, pasando por la decisión de Florentino Pérez, en el caso de los blancos y por motivos personales, de ahuyentar a los Ultras Sur del Bernabéu. En cambio, el Atlético, primero Gil y después Cerezo, siguieron tolerando a sus radicales, a pesar de haber protagonizado hechos como el asesinato del seguidor donostiarra Aitor Zabaleta en 1998 o el del radical deportivista Javier Romero ‘Jimmy’ en 2014. Haber participado en estos episodios no supuso su expulsión del estadio (porque, claro, formalmente el grupo no existe, según Cerezo), ni tampoco su reconversión en un grupo de animación no beligerante, como sucedió en el Madrid con la creación de la Grada Fans, liderada por ex radicales blancos.
Los efectos del derbi, sin embargo, desbordan el escenario de los incidentes. Con el foco mediático de nuevo sobre los radicales del fútbol se fueron sucediendo los reportajes que azuzaban el espantajo de los pretéritos demonios populares por excelencia de la década de los 90. Sin temblar se afirmaba que el fenómeno ultra estaba de vuelta. La realidad es muy diferente. Lo vivido en el derbi de Madrid, como los disturbios provocados por radicales malagueños neonazis en La Coruña, no son más que episodios recurrentes que hacen evidente la pervivencia de un movimiento marginal que gracias a los medios obtiene cíclicamente la visibilidad anhelada. Una proyección que, además, va acompañada de la habitual criminalización. Un nuevo error, que justamente lo que provoca es cohesionar un fenómeno poliédrico donde todo el mundo cierra filas ante las críticas en genérico. En vez de aislar a los violentos y potenciar a los colectivos que priorizan la animación y rehúyen la violencia, la estrategia punitiva de LaLiga y los agentes implicados coloca a todo el mundo en el mismo saco. Después llegan las sanciones, económicas y de prohibición de acceso a los estadios (de difícil seguimiento por cierto), que siempre recaen sobre los mismos, los seguidores. Quizás algún día también habría que poner el foco sobre los jugadores que aplauden o hacen la pelota a los sectores más beligerantes de su afición o sobre aquellos presidentes que toleran sus actividades delictivas.
Carles Viñas es doctor en Historia y autor de ‘Ultras: los radicales del fútbol español.
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